El corazón delator
Era una persona normal. O eso pensaba yo. Pero la gente dice que estoy loco. Dicen que no estoy bien de la cabeza. No es verdad. No estoy loco en absoluto. Lo que pasa es que mis sentidos son muy agudos. Puedo oír cosas que otra gente no puede oír. Puedo escuchar sonidos del cielo y de la tierra. Puedo oír cosas del infierno. ¿Eso me hace estar loco? No, eso me hace especial.
Os voy a contar una historia. Os voy a contar lo que pasó. Y veréis que tengo la mente muy clara. Un loco no puede contar una historia con tantos detalles, ¿verdad? Pues escuchad.
Yo vivía con un anciano. Era un hombre mayor, muy mayor. Siempre había sido bueno conmigo. Nunca me había hecho nada malo. Yo no quería su dinero. No me importaba el dinero para nada. Pero tenía algo que no podía soportar. Tenía un ojo extraño. Un ojo horrible.
Era un ojo azul claro. Un ojo de buitre. Cuando me miraba con ese ojo, se me helaba la sangre. Me ponía muy nervioso. No podía dormir por las noches pensando en ese ojo. Poco a poco, empecé a odiarlo. No odiaba al anciano, ¿eh? Solo odiaba ese ojo maldito.
Entonces decidí que tenía que hacer algo. Tenía que matar al anciano. Tenía que librarme de ese ojo para siempre. Lo pensé durante días y días. ¿Creéis que un loco puede planear algo tan bien? Pues yo hice un plan perfecto.
Durante siete noches, fui a su habitación. Todas las noches a las doce. Abría la puerta muy despacio. Muy, muy despacio. Tardaba una hora en abrir la puerta del todo. Una hora entera. Luego metía la cabeza poco a poco. Llevaba una linterna. Pero la linterna estaba cerrada. No dejaba salir nada de luz. Entraba en silencio total. ¿Un loco podría hacer eso? No, un loco haría ruido.
Cuando tenía la cabeza dentro de la habitación, abría la linterna solo un poquito. La abría tan poco que solo salía un rayo de luz muy fino. Y ese rayo iba directo al ojo del anciano. Al ojo de buitre.
Durante siete noches hice esto. Siempre lo mismo. Pero el anciano estaba dormido. Tenía los ojos cerrados. Y no podía hacer nada. Porque no odiaba al anciano. Solo odiaba el ojo. Tenía que ver el ojo abierto para poder matarlo.
Todas las mañanas iba a su habitación. Entraba muy contento y le hablaba. Le preguntaba qué tal había dormido. Le preguntaba si había tenido pesadillas. Él nunca sospechó nada. No podía imaginarse lo que yo hacía por las noches mientras dormía.
La octava noche fui más cuidadoso que nunca. Abrí la puerta con mucho cuidado. Me sentía muy orgulloso. Era tan silencioso que ni yo mismo podía oír mis movimientos. Me reí un poco por dentro. Pensaba en lo listo que era. El anciano no sabía nada de mis secretos. No sabía nada de mis pensamientos.
Estaba metiendo la cabeza en la habitación cuando mi pulgar tocó el metal de la linterna. El anciano se movió en la cama. Se sentó de golpe. Gritó: "¿Quién está ahí?"
Me quedé quieto. No me moví ni un centímetro. Durante una hora entera no me moví. No hice ningún ruido. El anciano tampoco se acostó. Se quedó sentado en la cama. Estaba escuchando. Igual que yo escuchaba todas las noches los sonidos del mundo.
Entonces oí un sonido. Un sonido muy bajo. Era como el sonido de un reloj envuelto en algodón. Era el corazón del anciano. Reconocí ese sonido inmediatamente. Porque yo también lo sentía cuando tenía miedo. Su corazón latía muy rápido. Latía cada vez más fuerte.
El anciano tenía mucho miedo. Podía sentir su terror. Estaba en la oscuridad y sabía que alguien estaba en su habitación. Pero no podía verme. No podía hacer nada. Solo podía esperar. Y tener miedo.
Esperé más tiempo. No me moví. Pero el sonido del corazón era cada vez más fuerte. Más y más fuerte. El anciano debía de estar muriéndose de miedo. Y entonces oí otro sonido. Un gemido. Un gemido de terror total.
No era un gemido de dolor. No, no. Era un gemido que viene del alma. Yo conocía ese sonido muy bien. Muchas noches, a las doce, ese mismo gemido salía de mi propio pecho. Cuando tenía miedo de mis propios pensamientos.
Pero esperé todavía. Esperé callado. El anciano no se movió. Seguía sentado en la cama. Solo escuchaba.
Decidí abrir la linterna. La abrí solo un poquito. Un rayo de luz muy fino salió de la linterna. Fue directo al ojo de buitre. Estaba abierto. Completamente abierto. Ese ojo horrible me miraba. No podía ver nada más del anciano. Solo veía el ojo. El ojo azul con una película blanca encima. Me daba muchísimo asco. Se me helaba la sangre solo de mirarlo.
Y entonces oí el corazón otra vez. El latido era muy claro ahora. Muy fuerte. Latía más rápido que nunca. Cada vez más fuerte y más rápido. Tan fuerte que pensé que el corazón iba a explotar. ¿Sabéis lo que pensé? Pensé que los vecinos iban a oír ese sonido. Iban a oír el corazón del anciano.
El terror del viejo había llegado al máximo. Su corazón latía tan fuerte que iba a delatarme. ¡Los vecinos lo iban a oír! Tenía que actuar ya. Era el momento.
Abrí la linterna del todo. Entré en la habitación gritando. El anciano gritó una vez. Solo una vez. Le tiré al suelo de un empujón. Después agarré la cama pesada y la tiré encima de él. Le cubrí por completo.
Esperé un rato. Puse la mano en la cama. Esperé varios minutos. Ya no oía el corazón. Ya no latía. El anciano estaba muerto. El ojo no iba a molestarme nunca más.
¿Todavía pensáis que estoy loco? Mirad lo inteligente que fui después. Trabajé toda la noche. Tenía que esconder el cuerpo. Primero corté la cabeza. Después corté los brazos. Después corté las piernas. Luego levanté el suelo de madera de la habitación. Puse los trozos del cuerpo debajo del suelo. Después volví a poner las tablas de madera en su sitio. Lo hice con mucho cuidado. No se veía nada raro. El suelo estaba perfecto. No había ni una mancha de sangre. No había ninguna evidencia. Fui muy listo, ¿verdad?
Cuando terminé, eran las cuatro de la mañana. Todavía estaba oscuro. De repente, alguien llamó a la puerta. Abrí tranquilo. No tenía miedo de nada. No tenía nada que esconder.
Eran tres policías. Entraron en la casa. Uno de ellos me dijo que un vecino había oído un grito. Habían venido a investigar. Yo sonreí. Les dije que el grito había sido mío. Les dije que había tenido una pesadilla. Les dije que el anciano estaba de viaje en el campo.
Los policías me creyeron. Les llevé por toda la casa. Les dije que miraran bien. Que buscaran por todas partes. Al final, les llevé a la habitación del anciano. Les enseñé sus cosas. Les dije que todo estaba en orden. Incluso puse mi propia silla justo encima del lugar donde estaba el cuerpo. Justo encima.
Los policías estaban contentos. Mis modales les habían convencido. Yo estaba muy relajado. Nos sentamos a hablar. Pero después de un rato, empecé a sentirme raro. Me dolía la cabeza. Quería que se fueran. Pero seguían hablando y hablando.
Entonces empecé a oír un sonido. Un sonido muy bajo. Pensé que venía de fuera. Pero no. El sonido venía de dentro de la casa. Era un sonido rápido. Un sonido rítmico.
Los policías seguían hablando. Pero yo solo podía escuchar ese sonido. Se hacía más fuerte. Cada vez más fuerte. Hablé más alto para tapar el sonido. Pero el sonido crecía y crecía.
Me puse de pie. Empecé a caminar por la habitación. Hablaba muy alto. Casi gritaba. Decía tonterías. Los policías me miraban. Pero seguían sentados. Seguían sonriendo. Seguían hablando tranquilos.
¿Cómo podían estar tan tranquilos? ¿No oían el sonido? ¿No oían ese latido terrible? Era cada vez más fuerte. Más y más fuerte. Tan fuerte que no podía pensar.
Me di cuenta de lo que era. Era el corazón. El corazón del anciano. Estaba latiendo debajo del suelo. Latía más y más fuerte cada segundo.
Los policías seguían hablando. Pero yo sabía la verdad. Ellos también oían el corazón. Lo oían perfectamente. Estaban seguros de que yo era el asesino. Se estaban burlando de mí. Se estaban riendo de mi angustia.
Ya no podía más. Cualquier cosa era mejor que esto. Ya no podía soportar sus sonrisas falsas. No podía soportar ese latido horrible. Me estaba volviendo loco de verdad.
Grité muy fuerte. Les dije: "¡Basta ya! ¡No puedo más! ¡Admito el crimen! ¡Levantad el suelo! ¡Aquí, aquí está! ¡Es el latido de su horrible corazón!"